Soltar

Aprendes a dejar ir.

Sueltas todo aquello a lo que te aferrabas; dejas atrás lo que tanto amabas y reconoces que tu vida no termina. No acaban los sueños, ni la esperanza solo por darte cuenta que en ciertos lugares ya no encajas.

Sueltas, te levantas.

Duele, pero lo vives.

Lo sientes, no lo apagas.

Dejas que el dolor penetre y te saque tantas lágrimas cómo necesites.

Sientes que se te sale el corazón y el aliento.

Te miras al espejo, te amas.

Es tan corta la distancia entre tú y tú.

Pero a veces te perdiste, por querer que alguien más te encontrara.

A veces queremos que nos encuentren como no somos; fingimos. Porque queremos ser amados. Y un buen día te das cuenta que te has estado faltando al respeto y que necesitas regresar. Regresar a ti. Y regresas, y todo es bueno y nuevo y mejor de lo que esperabas.

Te encuentras fuerte y más ligera, un poco agitada y cansada con todo lo aprendido y vivido. Pero estás más grande, más fuerte, más viva, más segura. Ahora con claridad y dispuesta a saber decir no, cuando es necesario. Dispuesta a no repetir errores, a no ponerte en segundo lugar para que un amor se quede. Aunque te quiebres.

Dejas que el dolor recorra cada fibra interior y exterior. Y te das cuenta que estás bien, te tienes. Estás segura.

Te dispones a encontrar y emprender un nuevo camino, uno que tiene tus líneas, tu señalamiento, tu fuego, tu amor. Uno donde se siente bien estar. Donde sabes que eres suficiente y que no hay nada con lo que no puedas. Sabes que eres imparable y que aún con las sacudidas de la vida y de los torbellinos a los que saltaste, estás dispuesta a amar, a aprender, a construir, a buscar lo nuevo y ver lo bello en todo. Los miedos parecen dispersarse; poco a poco desaparece todo aquello que te hace temblar, porque lo conviertes en cambios, aventura y futuro.

Lo conviertes en lo que pudiera ser lo mejor de tu vida, la mejor historia que pudiste haber creado.